A los humanistas del Renacimiento -y a partir de ellos a otra gente de la época- les encantaba la palabra bárbaros, tan honda de significados. Para los griegos bárbaros eran los ajenos a su cultura; para los latinos -además- tribus toscas y rudas que concluyeron siendo un peligro. Para los cultos renacentistas, bárbaros eran cuantos no amaban la redescubierta cultura clásica de la bonnae litterae, el latín ciceroniano o los refinamientos de la vida y el alma. Y así, cuando los españoles y los pontificios querían echar a los franceses de la Lombardía, a principios del siglo XVI, llamaban a esos franceses bárbaros. La palabra sola justificaba el combate. Pero cuando, algo después, en 1527, españoles y alemanes cometieron el saco de Roma, los demás les llamaron bárbaros a ellos. Ser bárbaro era perturbación, rusticidad, mente estrecha, burricie de espíritu, y a veces de mazas también... Por eso muchos humanistas (y entre ellos Erasmo, que lo hizo en diálogo) escribieron en su pulcro neolatín, libros llamados Antibarbari -el erasmiano se editó en 1520- defendiendo las buenas letras y cuanto ellas comportaban. Con aquellos textos en mente Villena ha redactado su Antibárbaros, una serie de artículos sobre temas diversos cuyo denominador común es la antibarbaridad.